Hasta ahora hemos visto en qué consiste la respuesta de estrés o el síndrome general de adaptación. Este último término no puede ser más acertado para dejar bien claro su sentido evolutivo o adaptativo. Desde esta perspectiva hay una serie de conceptos interconectados que son fundamentales para entender mejor la lógica del estrés.

La respuesta de estrés es una respuesta y muy arcaica que nos ayuda a sobrevivir y a resolver situaciones difíciles, estresantes, estresores. No debemos entender esto como algo negativo ya que, sin estrés, no creceríamos o evolucionaríamos como individuos y, en ocasiones, no podríamos sobrevivir.

El eustrés es el estrés en versión positiva. Nos salimos de nuestra zona de confort, pero confiamos en nuestros recursos de afrontamiento. Nos sentimos capaces de producir y gestionar la energía de forma eficiente para resolver el elemento desestabilizador y recuperar la homeostasis. Nuestros recursos, la motivación y la sensación de control están en perfecta sintonía. El estrés se convierte en rendimiento. Cada logro nos incentiva. Crecemos y nos hacemos más fuertes como individuos con cada ciclo de eustrés. Esto enlaza con el concepto de hormesis aplicado al estrés.

En toxicología, la hormesis se refiere a los beneficios que produce en la salud la exposición a dosis bajas de un agente tóxico. O como diría F. Nietzsche: Lo que no te mata, te hace más fuerte. La vacuna es un ejemplo de estrés biológico controlado que produce adaptaciones en nuestro sistema inmunológico, que nos hace más resistentes contra el agente biológico. La exposición al calor o la hipoxia hipobárica intensos pueden resultar letales, pero cuando se hace de forma progresiva y controlada, producen adaptaciones que nos permiten rendir mejor en esa situación de estrés físico. El estrés psicológico de la décima ponencia en público no tiene nada nada que ver con el de la primera vez. Se adquieren conocimientos, recursos, confianza, que reducen las respuestas futuras de estrés ante esta situación. La exposición controlada al trabajo físico produce unos cambios en nuestro organismo que son los que buscamos con el entrenamiento. Cada nueva exposición a una forma de estrés, o incluso otros estresores, nos aporta recursos de distinta naturaleza que redundan en una respuesta futura más eficiente. Así, gracias a la hormesis, nos hacemos más y más resilientes.

La RAE le hizo un hueco a la resiliencia en el 2014 para definirla como la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”; o como la “capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”.

A mi me gusta más entenderla como la capacidad que tiene una persona o un grupo, de recuperarse frente a la adversidad y salir fortalecido para seguir proyectando el futuro. Esta cualidad va a depender, fundamentalmente, de nuestros recursos de afrontamiento. 

Los recursos de afrontamiento son una serie de cualidades o características individuales que reducen la dificultad relativa de un estresor. Tienen una influencia muy importante en la intensidad y forma que toma la respuesta de estrés. Hay determinadas características de la personalidad, ideológicas, cognitivo-conductuales y habilidades que ponen las cosas más fáciles. Pensad en las siguientes características: Proactividad, compromiso, optimismo, autoestima, confianza, locus interno de control, empatía, simpatía, control emocional, habilidades intelectuales y conocimientos, religiosidad, sentido de la ética y la justicia. Es sencillo entender cómo pueden influir en la respuesta de estrés. Los recursos socioeconómicos, como el entramado social, el soporte familiar, la situación económica y social, tienen un impacto importante en la salud, mediado por el estrés. Por último, la salud general y fortaleza física (fuerza, potencia y resistencia musculares y cardiovasculares) son recursos de afrontamiento físicos, que además de ayudar en la resolución de situaciones de lucha y huida, confieren resiliencia ante el riesgo cardiovascular impuesto por la propia respuesta de estrés.

Por eso, un mismo estresor puede desencadenar reacciones de estrés muy diferentes en distintos individuos o en distintos momentos evolutivos de un individuo. Desde respuestas suaves y bien dimensionadas a la dificultad objetiva del estresor (eustrés), a reacciones exageradas en intensidad y duración que pueden resultar perjudiciales. Uno se ahoga donde otro se motiva.

La resiliencia determinará el umbral entre el eustrés y el distrés y el momento en que se agota la fase de resistencia del síndrome general de adaptación y comienza la fatiga.

El distrés es el estrés negativo. Un estrés que te debilita y te resta confianza.  La situación sobrepasa nuestra capacidad percibida de respuesta y sentimos que no disponemos de los recursos de afrontamiento necesarios para resolverla. El estrés se vuelve incómodo y asociado a sensaciones negativas. Perdemos la eficiencia en la respuesta y no rendimos de forma adecuada. Críticas no constructivas, conductas ineficientes por exceso de nervios, conductas fóbicas, son algunos ejemplos de distrés.

Estamos pasando el umbral en el que el estrés pierde su función y repercute de forma negativa en la salud.

La fatiga, el colapso o el agotamiento se producen cuando el distrés se perpetúa o se repite demasiado a menudo sin permitir los adecuados periodos de recuperación. Imaginad cómo tiene que ser vivir con un maltratador, ser víctima de moving, no poder conciliar el sueño por las noches, padecer dolor crónico o que las segundas mitades de cada mes sea imposible dar de comera tus hijos… Yo no sé si puedo.  

Cuando no hay tregua, es fácil agotar nuestros recursos de afrontamiento y nuestra resiliencia. Disminuye el rendimiento y aparecen las patologías relacionadas con el estrés crónico. El organismo se vuelve resistente a los estímulos nerviosos y hormonales. El cortisol, puede aumentar o disminuir o no responder adecuadamente con nuevos estímulos, las reservas de energía se agotan.

Desde el punto de vista psicológico son habituales los problemas de atención o concentración, el estado de ánimo depresivo y apático, la indecisión, la inquietud, la irritabilidad, la hostilidad, la sensación de urgencia o prisa y las conductas autodestructivas (consumo de tóxicos y tendencias suicidas). Aparecen alteraciones del sueño, del apetito, alteraciones digestivas variadas, eccema, infecciones, enfermedades autoinmunes, cáncer… Enfermedades psicosomáticas en definitiva.

Por último, la alostasis (carga y adaptación alostáticas) es un concepto biológico que se opone o, más bien, complementa al concepto de homeostasis.

La homeostasis hace referencia al trabajo constante y activo del organismo por mantener las constantes vitales (pH, temperatura, glucemia, natremia…) dentro de unos rangos determinados.

En la alostasis, el punto de equilibrio o los rangos de normalidad, se modifican para adaptarse a las demandas cambiantes que impone el entorno. Esto nos permite anticipar y responder de forma eficiente ante las exigencias previstas para el futuro. Es un concepto similar al de la aclimatación. Nos podemos aclimatar al calor, a la altitud, al trabajo físico repetido, incluso a patologías como la insuficiencia cardiaca, y rendir así mejor en estas circunstancias. La alostasis se refiere a la aclimatación o adaptación que actúa a través del eje neuroendocrino (mediador de la respuesta de estrés) para anticiparse a las demandas energéticas de los estresores del futuro.

La suma de la diferencia en la energía que exigen los elementos externos (estresores) y la que genera nuestro organismo en el momento de afrontarlos, se denomina carga alostática. La carga alostática es el estímulo para que se produzca la respuesta alostática.

La idea de conceptos opuestos (homeostasis vs alostasis) tiene su origen en la aparente incoherencia entre la necesidad de mantener unas constantes siempre iguales y la necesidad de adaptar esas constantes a las demandas del entorno. Sin embargo, resultan del todo complementarias, si aceptamos que los cambios del punto de ajuste (respuesta alostática) requieren un esfuerzo del organismo por mantener las constantes dentro del nuevo rango de interés. Por lo tanto, la homeostasis se refiere a las respuestas inmediatas del organismo para mantener el equilibrio y la alostasis, a las adaptaciones que mejoran la eficiencia y la viabilidad en el futuro.

Sin embargo, todo esto tiene un precio. Cuando se exprimen los recursos, corremos el riesgo de agotar nuestras reservas. La puesta en marcha de una respuesta alostática, implica un cierto sobreesfuerzo que nos sitúa un poco más cerca del umbral de la patología. Cualquier elemento desestabilizador nos puede hacer perder el equilibrio (la homeostasis) y se da la descompensación o la patología.  Veremos como se aplica la adaptación alostática al estrés y al riesgo cardiovascular en la entrada sobre estrés crónico y RCV.

Nos centraremos en la psicosomática relativa al riesgo cardiovascular. En la próxima entrada hablaremos del estrés agudo como factor de riesgo cardiovascular. Hay unas cuantas cosas curiosas para contar.

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