Atendiendo a su etimología la cardiofobia es, literalmente, la fobia al corazón. Y, aunque el término te resulte desconocido o raro, la cardiofobia es muy habitual en las consultas de cardiología y en los pacientes de rehabilitación cardiaca. Además de ser un motivo habitual de consulta, tambien es una causa frecuente de abandono de un estilo de vida saludable por parte de los pacientes. Los pacientes cardiofóbicos, si no atendemos este aspecto de su salud, corren el riesgo de abandonar toda forma de actividad física. Así, la rehabilitación cardíaca sirve de tratamiento para la cardiofobia y diría que ese es precisamente uno de los motivos por los que puede ser tan beneficiosa. Os lo explico.

Nota: La cardiofobia es un síntoma muy complejo desde la perspectiva psiquiátrica y psicológica y me he dejado asesorar por Eva Garnica (psiquiatra y creadora de contenidos @nuecesparaelcerebro) y Oihane Garamendi (psicóloga) para pulir y retocar el artículo. Lo que comparto es básicamente un anecdotario con mi experiencia como cardiólogo. Una visión muy limitada y parcial del problema.

¿Que es la cardiofobia?

Según la CIE 10, una fobia es un tipo de trastorno de ansiedad que se caracteriza por un miedo intenso e irracional a un objeto, actividad o situación determinados. Además, el sujeto busca evitar el estímulo fóbico a toda costa y a pesar de ser totalmente consciente del caracter excesivo e irracional de su miedo.

Hay un montón de fobias. Las zoofobias o fobias a los animales son muy típicas (arañas, cucarachas, ratas, pájaros, perros…), también la fobia a las tormentas (brontofobia), a los sitios cerrados y estrechos (claustrofobia), a los espacios abiertos y multitudes (agorafobia) o a volar (aerofobia).

En realidad, muchas personas experimentan una cierta sensación displacentera en contacto con estos elementos que, hasta cierto punto, puede tener una lógica evolutiva de defensa ante estímulos con potencial para herirnos o dañarnos. Incluso matarnos.

Más o menos, todos estamos de acuerdo en que el alcance por un rayo o por un cancer de pancreas son inconvenientes para nuestro empeño por preservarnos como sujetos o como especie.

Desde este enfoque es facil entender el miedo a las enfermedades. Sin embargo, cuando este miedo se vuelve desmedido, invalidante y con una fuerte ansiedad anticipatoria, adquiere la cualidad de nosofobia o patofobia (fobia a las enfermedades). A diferencia de las fobias más primarias como la aracnofobia o la brontofobia, estas requieren un mínimo conocimiento sobre la biología humana y, por eso, se consideran fobias complejas. Entre las patofobias podemos encontrar la cancerofobia, la fobia a los gérmenes de los que se lavan 7 veces las manos cuando tocan la manecilla de la puerta (la coronafobia es trending topic ahora mismo), la hemofobia (fobia a la sangre) y, como no, la cardiofobia que se solapa, en parte, con la tanatofobia (o fobia a la muerte).

Y es compleja además, porque al tratarse de un síntoma, puede ser consecuencia de distintos procesos o trastornos. Lo habitual en la consulta de cardiología es verlo en el contexto de una hipocondría y en personalidades obsesivas o, también, como consecuencia de un duelo por la pérdida de salud que implica el diagnóstico reciente de una cardiopatía, o por un evento cardiológico en algún familiar. Además, es también una forma de presentación de los ataques de pánico, o más raramente, un síntoma psicótico o delirante.

Mi experiencia se limita fundamentalmente a los casos neuróticos de hipocondría, trastornos obsesivos y duelos personales y familiares, que son los que veo habitualmente en la consulta.

La cardiofobia es algo, hasta cierto punto, lógico y paradójico a partes iguales. Es lógico porque las enfermedades del corazón figuran entre las primeras causas de muerte y discapacidad en los paises desarrollados y, aunque el corazón lleva latiendo sin interrupción 60x24x365xlos años que tengas minutos, lo cierto es que no tienes ningún control sobre esta estabilidad y, en teoría, podría dejar de latir ahora mismo.

A ver…

Parece que sigue latiendo.

Es normal y sano tener un puntito de respeto. A lo mejor te sirve para cuidarlo. Pero los hay que tienen pánico a su corazón. Y no pocos. A estas alturas ya estoy en condiciones de decir que he visto cientos de pacientes a los que su corazón los tiene literalmente acojonados.

Un sudor frío les empapa la espalda cada vez que tiene que rendir cuentas ante el tensiómetro o el electrocardiográfo.

Cualquier pinchacito o dolorcillo chorra en el pecho lo interpretan como una amenaza de infarto.

Lo mismo si les pesa el brazo izquierdo o se les duerme la punta de los dedos.

Que si «me late fuerte el corazón».

Que si «el pulsómetro marca 30 o 120 latidos por minuto».

Que si «tengo la tensión altísima y me va a estallar un aneurisma».

Que si «me falta un latido por aquí», que si «me sobra uno por alla», que «se me para el corazón durante un instante para volver a latir diciendo…

  • ¡Que era broma!»
  • «¿Si? ¡Pues no me ha hecho ni puta gracía!»

¡Todo! Cualquier cosita es una señal de infarto o muerte inminente. Ahí está la fobia al corazón. Y en las fobias, tal y como hace constar la propia definición de la CIE-10, la conducta que cabe esperar es la evitación. Pues imagina que tuvieras aracnofobia y también una araña alojada dentro del pecho. Ahora intenta huir.

Ahí está lo paradójico del concepto.

La cardiofobia es una fobia sin posibilidad de huida. Un callejón sin salida. Una amenaza de la que no te puedes esconder. Una putada inmensa, vamos.

La huída

Vale, ya ha quedado claro que no puedes huir de la araña enorme y peluda que vive alojada en tu jaula torácica.

¡Divertido! ¿Verdad?

Tranquilo que ahora viene tu subconsciente a asesorarte. Y te dice: «Haz lo que sea necesario pero ¡NI SE TE OCURRA DESPERTAR A LA ARAÑA!»

Como no pueden huir de su propio corazón, los cardiofóbicos evitan todas aquellas situaciones que saben (entre nosotros, creen que saben) que producen los infartos, las palpitaciones y, en ultima instancia, la muerte.

Y hay gente que se muere haciendo ejercicio.

Por comer galletas, carne roja, paté o mantequilla.

La sal y el café son terribles para la tensión arterial.

Otros se mueren por fumar.

Por respirar aire contaminado.

Por haber dormido poco…

… o mucho.

Tras una larga temporada de estrés, discutiendo, haciendo el amor. Otros chingando.

Los hay que han muerto encerrados en el ascensor, o por pillarse un huevo con la cremallera del pantalón.

Por exponerse al frío, al calor, a las palomitas de maiz y al dulce vuelo de una mariposa en un idílico contraluz que solo evoca paz.

Y así, hasta el infinito.

Todo es susceptible de desencadenar un infarto o la arritmia que acabe con tu vida o que te aumente tanto la tensión arterial que haga estallar tu corazón.

«El corazón lleva latiendo 60x24x365xlos años que tengas minutos y no debería dejar de hacerlo si no…

Hago ejercicio, no como galletas, carne roja, pate, mantequilla, sal, cafe, si no respiro humo ni contaminación, si no duermo poco ni mucho, si controlo el estrés, no discuto, no hago el amor, no chingo, no me quedo encerrado en el escensor ni me pillo un huevo con la cremallera del pantalón. Tampoco me voy a exponer al frío ni al calor, ni a las palomitas de maiz, ni al vuelo de una mariposa en un idílico contraluz que solo evoca paz».

Así vive el cardiofóbico.

Los tengo incluso que evitan dormir porque tienen miedo de no volver a despertar. Al fin y al cabo hay un buen puñado de ellos que se durmieron sin acordarse de poner el despertador.

Si lo piensas bien, todo el mundo muere haciendo algo. Uno no puede morirse sin hacer nada de nada. Siempre se te escapa un pestañeo o un estertor en el último momento. Y eso no quiere decir que sea la causa de la muerte. Y la mente fóbica lo entiende, pero le da igual. Evitará pestañear, por si acaso. No sea que se despierte la araña.

¡¡Los he tenido todos!! Algunos son muy comunes, como el ejercicio, las relaciones sexuales, la comida, la sal, el café…, y otros son auténticas piezas de coleccionista.

Recuerdo el caso Kafkiano de una mujer que, después de un infarto no conseguía dejar de fumar y, sin embargo, tenía tanto miedo de fumar que lo intentaba solucionar escondiéndose de sí misma fumando bajo el extractor de la cocina al tiempo que lloraba de angustia.

Quiero dejar bien claro que el tono frívolo o cómico no es una burla ni nada parecido. Al contrario. Escribiría en el mismo tono si yo mismo fuera cardiofóbico. Solo intento explicar un problema muy frecuente con algo de humor para captar la atención del lector y quitarle un poco de hierro al asunto. La idea es llamar la atención de aquellas personas que puedan necesitar ayuda profesional y normalizar la patología. No es mi intención ofender a nadie.

Los rituales y la monitorización:

La otra gran salida de estas victimas del miedo irracional es la elaboración de rituales. Si el miedo es el aspecto obsesivo de la fobia, los rituales son las conductas compulsivas. Que se lo pregunten a las palomas de skinner. Estás filogenéticamente eran palomas pero psicológicamente acabaron como una puta cabra porque el amigo Skinner había decidido torturarlas con estímulos aleatorios en relación a la entrega de comida. Como no tenían manera de saber si tras el estímulo vendría o no la comida, empezaron a desarrollar conductas estereotipadas que, al fin y al cabo, no eran más que rituales. Pura superstición.

Los rituales o compulsiones son como una droga que te procura un chute breve y efímero de seguridad del que, sin embargo, dependes para poder estar medianamente entero. Por cierto, procurad no convencer nunca a un obsesivo compulsivo de que las bacterias de la piel, no solo no son malas, si no que son, de hecho, un organo protector. Es mejor que se laven 7 veces las manos a que les de por restregarse en mierda compulsivamente.

La monitorización constante de absolutamente todo lo que tenga que ver con el correcto funcionamiento de tu aparato cardiovascular es un conjunto muy típico de rituales.

Esos momentos íntimos con tu pulso, tu tensión arterial, la frecuencia cardiaca o el numero de extrasistoles y papel y boli al lado para apuntar absolutamente todo.

Esos momentos de atención a la fuerza con la que late tu corazón.

La sal y la grasa que comes no las mides porque no hace falta. Tales venenos no atravesarán tus fauces.

Las sensaciones en el pecho y en el brazo izquierdo.

Las visitas regulares a tu médico o cardiólogo con el pretexto de que “esta vez es diferente».

Otros rituales o supersiticiones relacionados con la cardiofobia son:

Desayunar toooooodos los días un kiwi, 3 nueces, un café descafeinado con leche desnatada y una tostada de pan integral con aceite de oliva virgen extra. Un secreto. No pasa nada porque te comas un bollito de mantequilla o una persiana de hojaldre o ese dulce por el que te relames, sea el que sea. No pasa nada de nada. Creeme. Si no, yo, a estas alturas ya estaría muerto.

Googlear todo lo relacionado con el síntoma o la enfermedad en cuestión con la intención de llegar a una conclusión sensata a la que, por supuesto, no vas a llegar.

No dormir del lado izquierdo. Todo un clásico del imaginario popular sin ninguna justificación lógica hasta donde alcanza mi conocimiento. Algún día me teneis que explicar como habeis conseguido poneros todos de acuerdo en algo tan bizarro.

Identificar todas las farmacias y centros médicos en tu itinerario de viaje a la capital europea que sea. Vamos a ver, ¡que no te vas a la Antártida!

¿Y que me dices de ese orfidalillo que te tomas a las noches para esconderte de los extrasistoles y poder dormir? ¿O de encender el extractor de la cocina para encenderte otro cigarrito cargado con más culpabilidad que nicotina?

Como ya hemos explicado, el miedo a presentar un problema cardiaco y la monitorización son aspectos emocionales y conductuales normales que sirven para motivar el autocuidado y la autopreservación, y que son del todo saludables mientras no se conviertan en irracionales y comprometan tu calidad de vida. Lo que pasa es que a veces no está del todo claro cuando uno deja de cuidarse para empezar a huir.

La evitación, la monitorización y los rituales de control solo tienen una función, procurarte una superficial, esteril y falsa sensación de seguridad inmediata. Son conductas desadaptativas que, no solo no solucionan el problema, sino que lo nutren y lo perpetúan. La araña sigue ahí, dormitando, pero cada vez es más gorda y peluda.

Además, este bucle de ansiedad, de forma fisiológica, eleva aun más la frecuencia cardiaca y la fuerza de los latidos, la tensión arterial, puede incluso aumentar el número de extrasistoles y la atención que le prestas a cualquier dolorcillo en el pecho. Tu araña se contagia de tu ansiedad. Y sabes que eso, a dormir precisamente, no le ayuda.
Es como si el simple hecho de tener una araña en el pecho provocara las reacciones que hacen falta para despertarla. Imagina el inmenso acojono que esto puede llegar a suponer. Pues esa es exáctamente la forma en la que empiezan los ataques y los trastornos de pánico.

Un circulo vicioso agónico.

Cada vez más y más rituales, registros cada vez más exhaustivos con hojas repletas de medidas de presión arterial, frecuencia cardiaca, número de extrasistoles… y evitaciones cada vez más rocambolescas como ponerte un pulsómetro para copular o coordinar las discusiones con la respiración diafragmática y el biofeedback. Es el camino directo a una vida monacal en la que solo hay cabida para la meditación y en la que, en vez de concentrarte en la respiración diafragmática y el contacto del aire templado con el interior de las fosas nasales en su camino hacia y desde los pulmones, solo puedes descentrarte en los extrasistoles ventriculares que, cada 5 latidos, se repiten con escrupulosa precisión porque, por supuesto, han decidido quedarse a vivir contigo. Y, si sigues sin aceptarlo, a vivir en tí. Como unos ocupas.

Llega un momento que lo evitas todo, hasta vivir, precisamente eso que te habías puesto como objetivo cuando empezaste con toda esta historia.

La causa:

La verdad es que no se cual es la causa. Entiendo que la idiosincrasia y la personalidad del sujeto juegan un papel. Hay personas más timéricas, más obsesivas, interpretativas que, con un estresor importante como un diagnóstico cardiológico, un confinamiento por un coronavirus, un evento cardiológico trágico en alguien cercano… acaban desarrollando una fobia.

Además, ya hemos dicho que la cardiofobia, y las patofobias en general, son fobias complejas que requieren de ciertos conocimientos, prejuicios y una interpretación de la realidad. Doy fe de que la mierda de información que pulula en los medios y redes en lo relativo a los riesgos de la dieta, el ejercicio… nutren buena parte de la distorsión cognitiva que subyace a la cardiofobia. Alimentos letales como la grasa, la sal y la forma en la que el deporte mata a sujetos sanos sin ningun miramiento ni escrúpulo son, sin duda, buenos responsables de mucha cardiofobia.

Así, elementos como el estrés crónico, las personalidades rumiativas u obsesivas, los sesgos cognitivos como el catastrofismo, la radicalización o la ilusión de control y la desinformación constituyen elementos predisponentes para la cardiofobia. Cuando sobre ellos incide un elemento desestabilizador o desencadenante como un evento cardiológico, la muerte de un familiar o cualquier otro estresor agudo, se desarrolla la fobia. Después, las ya comentadas conductas desadaptativas (evitación, comprobación, y rituales) vician y magnifican el problema perpetuándolo.

Fue muy llamativo el número de consultas por este motivo después del confinamiento en gente habituada a hacer ejercicio. Mi interpretación era que las respuesta cardiovascular del desacondicionamiento (más taquicardia y eretismo), el estrés y el miedo con el foco en el propio cuerpo y haber perdido la válvula de escape del ejercicio que hacían habitualmente, fueron elementos clave para el repunte. Aunque solo es mi experiencia y puede que ni hubiera repunte.

La solución:

Y cual es la solución para todo esto? Pues muy sencillo: Mandarlo todo a tomar por el culo y comprobar que no pasa nada.

Ponle un nombre entrañable a la araña, dedícale una canción de amor en algún programa de la radio, acariciala. Ves. No hace nada. Ni siquiera tiene pelo. ¡ES UNA ARAÑA DE PELUCHE!

Deja de monitorizar absolutamente todo y de ir al cardiólogo una y otra vez, exponte a eso que te da miedo y abandona esos ridículos rituales y conductas estereotipadas que no solucionan el problema. Suicidate psicológicamente y verás que no pasa nada de nada.

Lo que pasa es que hasta para mandarlo todo a tomar por el culo hay ciencia y especialistas.

Por el tiempo que llevo en la rehabilitación cardiaca sé que, para los casos comunes y leves, un@ cardiólog@ puede ser suficiente.

Un@ cardiólog@ puede descartar una cardiopatía. No nos pase la de Pedro con el lobo o la de Frodo con la araña.

Puede incluso diagnosticarla y aportar una información realista sobre su severidad y la forma de gestionar el riesgo de forma coherente.

Un@ cardiólog@ puede también ofrecer un contexto de supervisión para enfrentar los miedos y para una exposición gradual en un entorno de rehabilitación cardíaca. Ese es precisamente el tratamientyo de la fobia. La exposición. Y el ejercicio físico supervisado en las unidades de rehabilitación cardíaca es la forma ideal para aplicarlo.

¡¿Cuantas cardiofobias habrá curado la rehabilitación cardíaca sin ser consciente de ello?!

Y aunque esto en muchos casos es suficiente, en los casos más complejos o severos puede ser necesario también un@ mandarlotodoatomarporculolog@ profesional. Un psicoterapeuta, a poder ser con comunicación directa con el@ cardiólog@.

Est@ se encargara del correcto diagnóstico de la fobia y de identificar causas o trastornos de fondo que pudieran requerir tratamientos especiales. Aplicará la psicoterapia para abordar los rasgos de la personalidad del sujeto, instruirá en el buen uso de la meditación-relajación, desplegará el arsenal cognitivo-conductual para corregir los sesgos cognitivos, para dirigir la exposición gradual y la desensibilización progresiva, y para establecer las estrategias de prevención de respuestas para las conductas compulsivas. Así con un largo etcetera de herramientas de esas raras y poco tangibles que tienen ellos.

Y si la cosa se pone seria, podría incluso hacer falta la intervención de un psiquiatra y medicación.

Hay algo muy importante que hay que tener muy claro para poder hacer frente a la fobia y esa falsa ilusión de control que nutre las conductas desadaptativas (huida, monitorización y rituales): La araña se despierta cuando ha dormido suficiente y tiene hambre. No cuando tu haces un ruidito.

Aceptemoslo. Nos han vendido la idea de que los infartos y toda esa serie de tragedias cardiológicas suceden por aspectos relacionados con el estilo de vida. Y así es. Pero solo hasta cierto punto. Si te tomas la medicación, no fumas, comes medianamente bien, haces algo de ejercicio, no padeces un estrés importante y duermes razonablemente bien, todo lo que te pase, sencillamente, te tenía que pasar. Hay más cosas que se pueden hacer, por supuesto: tomar el sol, estar en contacto con la naturaleza, tener un buen entorno social, cuidar tus encías… y todo lo que se te ocurra, pero también es muy sano aceptar que, en gran parte, la enfermedad va por libre. Y si tiene que suceder, sucederá a pesar de lo que hagas.

Te guste o no, existe un punto no demasiado lejano a partir del cual perdemos todo el control sobre nuestro destino cardiológico. Y lo se porque hay gente que lo hace todo bien y padece los más grandes dramas cardiológicos y, otros, que no se privan de nada, se proyectan hasta los 90 sin sobresaltos. Para esta realidad tan terca, una buena dosis de estoicismo. Mientras tanto, apaga el extractor y disfruta ese cigarro. Hazme caso.